Los medios de difusión masiva –broadcast- han perdido la distancia y la verticalidad que tenían con respecto a su público. Ya no se presentan como medios centralizados que se dirigen con una autoridad específica a espectadores pasivos. Pretenden, por el contrario, involucrar a los espectadores en sus programas y en su discurso. Invitan a los ciudadanos anónimos a participar en sus programas de debate o de “confesiones”, a mostrar su vida cotidiana y a espectacularizar su realidad, a intervenir en coloquios, a valorar y juzgar los programas y hasta a crear espacios originales. Con ello buscan ganar realidad y autenticidad, acercarse a sus espectadores lo más posible y a convertirles en protagonistas activos de ciertos espacios y emisiones.
Por eso el discurso televisivo –y el mediático en general- hace años que se alejó de las fórmulas que creaban distancia con el público, del lenguaje normativo y de las formas clásicas de realización. Y mimetizó el lenguaje corriente, el desarreglo de lo cotidiano y potenció un discurso “espontáneo” menos formal, lo cual se ha visto reflejado en casi todos los géneros: informativos, de debate, docudramas, telenovelas, comedias, ficción, show, etc. Al mismo tiempo inventó nuevos espacios que se basaban en la participación de los espectadores: concursos con personajes de la calle; historias copiadas o registradas de la vida corriente; concursos cuya decisión dependía de los telespectadores, etc.
El desarrollo de las nuevas redes de comunicación –especialmente Internet y las telecomunicaciones móviles- han potenciado y ampliado este fenómeno y han abierto nuevas posibilidades. De hecho, el desarrollo de la WEB 2.0 –con las nuevas oportunidades que permite a la producción social y al trabajo cooperativo- está siendo aprovechado por los grandes medios –prensa y televisión-para actualizar su discurso y renovarlo profundamente. También están apareciendo con ello nuevos escenarios comunicativos y nuevas funciones.
Los interrogantes que se abren al respecto son muchos.